Manuel Jabois: "Nunca el poder se reviste de tanta belleza como en la elección de un Papa, pero no deja de ser un poder a menudo terriblemente usado"

Madrid

Son 2.000 años de historia moviéndose ante nuestros ojos, así que la conmoción es natural. Y hay un profundo y muy calculado sentido del espectáculo que es apabullante porque tiene una relación directa con algo en lo que creen millones de personas. Es decir, no es un teatro vacío del que vayamos a salir como entramos: quien pastorea tiene una influencia directa en decisiones de muchos gobiernos, es jefe de una diplomacia basada en la fe. Asuntos como medio ambiente, pobreza, inmigración. Ocurre que no tiene influencia en el sistema económico que condiciona esas causas, o sea que a veces se queda todo en posicionamientos cosméticos.

Todo esto es muy paradójico. Lo que estamos viendo es una exhibición muy estética, muy conmovedora, muy solemne, de poder; nunca el poder se reviste de tanta belleza como en la elección de un Papa, pero no deja de ser poder, y de un poder a menudo terriblemente usado, con consecuencias desastrosas para muchísima gente. La Iglesia que da consuelo a sus creyentes también atormenta a muchísimos otros. El encierro de los cardenales es una metáfora muy sugerente: hombres célibes decidiendo al líder de una moral muy puntillosa en un rebaño que niega muchas de sus ovejas. Por eso, por más impresión que produzca, la elección de un buen Papa, la elección de un Papa sensible hasta donde le deje la doctrina como Francisco, siempre es un mal menor.