Nerea Pérez de las Heras: "Habitar el mundo dominando el inglés es como ser hombre: te da cierta ventaja de comodidad tan naturalizada que cuesta reconocerla"

Madrid

Hoy íbamos a salir mejores pero no manejábamos el idioma. Algunos lo tuvieron fácil por manejar el idioma y ni se han enterado. Hablo hoy en concreto de la gente cuya lengua madre o incluso segunda lengua muy fluida es la del imperio, o sea, el inglés. Es el idioma predominante en los negocios, en internet, la lengua franca del turismo, del entretenimiento, del pop, de los memes, es el vehículo que ha impregnado cada rincón del mundo de cultura anglosajona.

Durante estos días de viaje he tenido bastante interacción con nativas, lo que significa que llegaba a la cama cada noche cansada de rebuscar vocabulario en el cerebro y de navegar una gramática que no tengo muy engrasada. Y eso que lo hablo bastante bien, mi amiga la que tiene menos soltura acababa directamente derrengada y encima no le lucía nada lo lista, culta y divertida que es porque cuando daba con el tiempo verbal ya habíamos cambiado de tema. En su lengua materna quizá hasta habría ligado.

Si dominas el inglés pasas por más carismática, tienes más capacidad de negociación, menos posibilidades de que te timen, te toman más en serio, tienes más información de las conversaciones de la sala y por lo tanto más poder.

En un momento dado, se me pasó por la cabeza que habitar el mundo dominando el inglés es un poco como ser un hombre. Te da cierta ventaja de comodidad tan naturalizada para ti mismo y los demás que cuesta reconocerla.

Me alegró haber dado con este símil por lo frustrante que es esa sensación de ver algo con mucha claridad, querer explicárselo a los demás y no dar con la manera. A mí me ha pasado durante años con la igualdad de género. Lo he intentado sin parar con ejemplos, con datos, con metáforas, muchísimas veces lo he conseguido y otras veces me he sentido como si estuviera dando indicaciones en medio de un incendio y algunos corrieran en sentido contrario a la salida de emergencia.

Y es que la desigualdad entre hombres y mujeres es un asunto estructural, y lo estructural es muy arenoso, se te escapa de las manos cuando quieres explicarlo. Tú hablas de la cultura de la violación y te dicen, mi hermano, mi chico, mi amigo no son violadores,; hablas de más mujeres en el poder y te responden que qué pasa con Meloni o con Alice Weidel que son ultraderechistas y una amenaza para los derechos humanos; hablas de brecha salarial o de violencia digital hacia las mujeres y te responden "acaso tú, mujer blanca, no tienes una vida mejor y menos violenta que un hombre que trabaja en un invernadero". Y en todos los casos tienen razón, las respuestas son correctas.

Pero para entender lo estructural hay que alejarse mucho, tomar una perspectiva de pájaro en la que dejas de ver las caritas y empiezas a ver grandes grupos humanos con dificultades y ventajas asignadas al nacer.

Tener privilegios por género o blanquitud es, insisto, como que el inglés sea tu lengua madre: una lotería. Felicidades, te ha tocado algo que te regala un extra de credibilidad y hará tu paso por el mundo bastante más cómodo. Rara vez estarás fuera de lugar porque el contexto se adapta a ti y no al revés, todo está hecho para que tú lo entiendas, hablas el idioma de la cultura hegemónica de manera natural, el idioma de la historia, el de los chistes, el del poder, el de las cosas importantes. El idioma del imperio. El idioma, que como tristemente hemos comprobado esta semana, también es el de la justicia.